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DOS ECLIPSES EN UN MISMO LUGAR - Un argetino en Indonesia -

  • Ediciones Mi mismo
  • 24 ago 2020
  • 3 Min. de lectura

Ilustración: Clementina Kura-kura


Cuando estuve en primer año de la escuela secundaria, en mi ciudad de crianza, Paso de los Libres, al nordeste argentino, tuve la suerte de presenciar un eclipse solar. Un fenómeno que puede verse pocas veces en la vida en el mismo punto de la tierra. En aquella oportunidad, lo observé desde el patio de la vieja Escuela Técnica N°1. La escuela permitió que todos los alumnos interrumpieran su clase para presenciar el fenómeno. En esa oportunidad utilicé una protección especial para los ojos que solamente una escuela Técnica podía facilitarnos. Lentes para soldadura eléctrica.

Pensé que nunca más en mi vida iría a presenciar éste fenómeno y me sentí un privilegiado. Pero muchos años después, en Indonesia tuve una nueva oportunidad. Viajar al pueblo de Palu, Sulawesi, era la misión. Esta vez en el marco del Eclipse Festival 2016.

El Fenómeno sucedió entre las 8 horas y las 8.30 horas. A esa altura de los trópicos el sol ya ejercía su intensidad. Pero poco a poco fue asomando la luna al sol, su nariz. Y luego sus manos, sus pechos, sus caderas, hasta estar de cuerpo entero frente al sol como verdadero acto femenino reivindicativo.

No puedo describir la sensación que me produjo el fenómeno. Hay que verlo y vivirlo. Pero puedo intentar escribir dos cosas de esos minutos donde el día se volvió noche literalmente.

En esos minutos me asombró sentir en la piel el cambio tan repentino de la temperatura. De un calor que comenzaba a achicharrar a un fresco digno de un abrigo de verano, en cuestión de minutos. Pero lo que más me maravilló fue la música natural. Los pájaros que cantaban la mañana como tantas otras veces se fueron callando lentamente a medida que se asomó la luna y el coro de grillos y ranas comenzó a brindar su concierto en plena mañana. La naturaleza toda parecía estar confundida. Los pájaros volvieron a dormir y los animales nocturnos a vivir. Tres minutos duró la magia y luego todo volvió a la normalidad. El calor a quemar y los pájaros a cantar.

Pero hubo un segundo eclipse en el mismo pueblo que comenzó junto con el festival. Un pueblo pequeño y conservador fue invadido por más de mil quinientos extranjeros venidos de todas partes a presenciar el fenómeno, con sus libertades a flor de piel, sus faldas cortas, sus torsos desnudos, sus tatuajes, sus excentricidades y su música psitrans. Irrespetuosos del lugar que los recibe. Normalmente occidentales.

Los locales no paraban de fotografiarnos como si fuéramos fenómenos de circo, incluso a mí, que diría que soy más que normalito. Fuimos para ellos más atracción que el eclipse mismo. Nosotros fotografiábamos el fenómeno y ellos nos fotografiaban a nosotros fotografiando el fenómeno. Aunque esto es una práctica muy común en Indonesia, que un local fotografíe a un “bule”[1], a veces, llega hasta ser molesto. Desde detenerte en cualquier parte y momento para fotografiarse con uno e inclusive hasta tomarte fotografías a escondidas. Parecen admirar tanto al hombre blanco, su nariz alargada, su altura, que da la sensación que se desprecian a sí mismo como raza. Incomprensible para mí. No sé de dónde les nace esto. Pero imagino que como en tantas otras sociedades, las colonizaciones han hecho estrago las culturas y a valorar más lo ajeno que lo propio.

Lo cierto para mí es que el eclipse había llevado otro eclipse al pueblo. Nosotros, irreverentes de una cultura estábamos embobados frente al eclipse y ellos en pleno ejercicio de admiración buscaban la mejor colección. De lo que no estoy seguro es que aquella interacción humana-cultural haya modificado algún comportamiento interno, idea o concepción en alguno de los presentes. Porque los humanos solemos estar tan ciegos como eclipsados.

[1] Bule: Palabra utilizada para referirse al extranjero blanco. Asociado al Holandés.

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